Concierto ofrecido desde el Casino de Madrid
En la Piazza Venezia, a los pies del Capitolio romano, en pleno corazón de la Ciudad Eterna, el recientemente fallecido Ennio Morricone dio a luz algunas de sus melodías más memorables. Con este maestro de la música cinematográfica, con medio millar de bandas sonoras en su haber, que compuso su primera pieza a los seis años y que en el Conservatorio de su ciudad acabó los cuatro años de armonía en seis meses, comenzamos un concierto en el comparecen también alguno de sus padres espirituales -como Puccini- y alguno de sus competidores profesionales -por ejemplo, John Williams. Junto a ellos, un extenso abanico de piezas que van del musical («El hombre de la Mancha» de Leigh o «Cats» de Lloyd-Webber) al pop (Cohen), pasando por la canción napolitana (Curtis) y la ópera romántica (Massenet). Porque a todos los géneros musicales, en todas las épocas de la historia, sea cual sea su procedencia, les une una forma de expresión básica: la melodía, sabiamente dispuesta, para permanecer en la memoria y provocar una reacción de comunicación inmediata con el alma humana. Sea un violín, como en Williams; un oboe, como en Morricone; un cantante lírico, como en Puccini, quien estuviera llamado a cantarla en la versión original de cada obra, es la melodía la que llega al alma de cada uno. La armonía la viste, el ritmo le da forma; pero es la melodía la que canta y encanta, la que habla directamente al alma humana.