Concierto ofrecido desde el Museo Lázaro Galdiano de Madrid
De Antonio Lucio Vivaldi, natural de Venecia, no se tiene certeza de la fecha exacta del nacimiento, pero se cree que fue el 4 de marzo de 1678. Prolífico compositor de música instrumental, vocal y teatral, mayoritariamente de conciertos y óperas. Su extensa obra se ha visto prácticamente eclipsada por sus archiconocidas Cuatro Estaciones, publicadas en 1725. De los en torno a 500 conciertos que compuso y de los que se conservan unos 350, siempre se destacan los compuestos para un solista -generalmente violín, pero también cello, fagot, oboe y otros muchos instrumentos tan infrecuentes como la mandolina o el chalumeaux-, pero también los compuso para dos, tres, cuatro o muchos más solistas. E, incluso, y estos son aún más infrecuentes, compuso conciertos sin solista. Esos «Concerti per archi» son los que nos ocuparán en el presente concierto. Se trata en realidad de un equivalente a la obertura tripartita de ópera y son un germen muy primario de lo que en la segunda mitad del siglo XVIII acabaría siendo la sinfonía; es decir, música en la que el protagonista no es un solista, sino la orquesta; no un individuo, sino la colectividad. La nueva sensibilidad democrática que irrumpiría más de medio siglo después en Europa con la Revolución Francesa está ya presente en estas obras.
Los conciertos para orquesta de cuerdas de Vivaldi son bastante más breves que los conciertos con solista del mismo autor; si estos tienen una duración media de unos diez minutos -aunque los hay que se acercan a los veinte, como el «Concierto del Gran Mogol», para violín-, los Concerti per archi vienen a durar entre cuatro y seis. La falta de solista que replique a la orquesta priva al compositor veneciano de una de sus herramientas de dialéctica musical preferida: ese diálogo solista-orquesta que él dominaba de modo magistral y que el mismísimo Bach admiraba sobremanera. Pero, precisamente por ello, estos conciertos acumulan en cada breve movimiento toda la inspiración del compositor en bruto: son pequeñas joyas llenas de ocurrencias y momentos melódicos felices. Sin duda, reservaba para estas obras los temas menos susceptibles de desarrollo, los más concisos y contundentes; y escucharlos en esos movimientos de uno o dos minutos de duración, expuestos con el brío y la alegría nunca carente de elegancia característicos del «Prete rosso» es siempre un placer que llega por vía directa.